martes, 10 de noviembre de 2009







CAPITULO II




En el que Tupã descubre a Arasy y la nombra Madre de los Cielos. 






De la contemplación al descubrimiento tan sólo hay un paso. Tupã observa 
con agrado las consecuencias de su obra y descubre, aún con más agrado, 
la presencia de otro ser que es gracias a su creación. Allí está, invisible y 
con todos sus encantos.


Tupã siente que el alma se le sale del cuerpo y va al encuentro de la 
maravilla que sus ojos contemplan.


Arasy levanta su mirada y es como si levantara el universo entero, y al 
bajarla nuevamente cae como caen las sábanas que se tienden sobre el 
lecho para una noche de bodas. Esa mirada de suave pelaje ha lanzado 
sus dardos de la luna al sol, desde sí misma al centro de la Creación.


Arasy, envuelta en su cabellera nace a nuevas sensaciones. Es el mismo 
Creador el que la ha visto con su túnica aérea, sus pies de sólido nácar 
sosteniendo las columnas que enmarcan los finísimos escalones que 
conducen a las mieles de la eternidad. La ha visto y la ha elegido.


–Arasy –dice Tupã ahora– y su voz recorre en un susurro enamorado y azul 
todo el universo. La ha nombrado y eso es suficiente para que ella sea 
ahora madre del azul eterno, Madre de los Cielos.


sábado, 11 de julio de 2009

Libro de la Mitología Guaraní


Génesis

Capítulo I

En el que se da noticia de la figura de Tupã y de la forma en que inicia la creación.

Iluminado por su propia luz, Tupã, en medio de las tinieblas primigenias, pensativo, busca la manera de crear la luz. Su rostro es grave, mas en su mirada un destello azabache habla del encuentro inminente con la creación.

Su cuerpo de coloso, antes reposado, comienza a tensar cada uno de sus músculos con un rayo de luz. Viste una túnica que cae, fresca, sobre su cuerpo divino al que la luz de su alma le ha otorgado el dorado color de las futuras mieses.

Tupã se levanta, atrae hacia sí lo más oscuro de esas tinieblas y condensa la esencia entre sus manos. Sus pies, levemente separados, se apoyan con firmeza en la oscuridad. Su mirada se proyecta con rectitud hacia lo que vendrá, sostenida por el firme eje de la nariz, recta y soberbia.

Tupã extiende sus manos hacia el infinito, las abre, y de ellas, el resplandor nace con la fuerza de los futuros huracanes inundándolo todo.

Tupã ha construido su morada para la eternidad. Ha creado la luz que le era propia, y ahora los astros brillan al pasar, bailan descubriendo sus encantos. Ahora, Tupã se deleita en la contemplación.